En el año 3440 de la segunda edad, la vida distaba de ser facil. Incontables vidas y sangre habían hecho falta para acorralar a Sauron y sus huestes en Barad-dûr y, muchas más debían pagarse para obtener la paz.
Keltariôn era un simple guerrero Sindar que hacía poco había sido destinado a la guardia personal de Gil-galad. Dejaba atrás, en los Puertos Grises a su esposa Amallabêth, una elfa de pálida tez y cabellos almendrados de gran belleza quien había sido su amor desde la infancia y portaba en su vientre a su futuro vástago, por los cuales, había terminado de decidirse a unirse al ejercito que se conoció como La Ultima Alianza. La salud de Amallabêth nunca había sido buena, tendía a enfermar con faicilidad y el agotamiento solía reflejarse en su rostro con frecuencia, pues aun siendo elfa y gozando de la longevidad de los eldar, su alma estaba atada firmemente a la tierra y esta sufría y moría lentamente conforme el poder del Señor Oscuro crecía.
En los campos exteriores de Barad-dûr, tras un largo asedio, las fuerzas de la ultima alianza hacían frente a las tropas del Señor Oscuro Sauron. Todo parecía ir bien, el ejército aliado estaba cerca de la victoria. Gil-galad e Elendil habían conseguido juntar sus tropas tras aniquilar al grueso del ejercito enemigo por ambos flancos. Keltariôn, luchaba codo con codo junto a sus hermanos elfos y humanos por defender a sus señores. Pero algo se agitaba e inquietaba su corazón. Fue entonces, cuando Sauron en persona, salió de las puertas de Barad-dûr y se unió a la batalla. Cerrando filas en torno a sus señores, elfos y humanos lucharon con coraje y bravura, pocos metros separaban a Sauron de su presa. Keltariôn, dando un salto al frente, se interpuso entre Gil-galad y El Oscuro, dedicando una breve mirada hacia el Oeste, sonrió como aliviado al horizonte y asintió, girándose y cargando contra el mal encarnado...
Mientras tanto Amallabêth, a cientos de millas, tuvo la misma sensación y como heraldo de la tormenta, sintió un dolor agudo en el abdomen y rompió aguas. Las matronas atendieron a la mujer elfa, rezando oraciones a Varda y Yavanna para que velaran por su bienestar y el del bebé que estaba por nacer. Entre sudores y sufrimientos, nació aquél niño elfo, no emitió sonido alguno, aún cuando la sacerdotisa de Yavanna le dió la palmada. Su madre, quien debil y exausta lo miró con ternua, lo sostuvo en sus brazos, le sonrió y miró hacia el Este, con una expresión de calma y sosiego, susurró a los vientos y rogó a Manwë que fuera custodio y lo atesorara;
...Kelebêrth...
..fue rápido, Keltarôn apenas sintió el golpe de la enorme maza que lo lanzó por los aires. El viento trajo hasta él algo solo para sus oídos y, allí, en ese momento, murió en paz, mientras la llama de su amada se apagaba junto a la suya y por fin, Kelebêrth lloró, como si un alma tan joven pudiera comprender lo que había acontecido.
Dicen que el sentimiento más fuerte es aquel que otorga la sangre, el amor de un padre a un hijo, de un hermano a otro hermano, familia...
Mi nombre es Kelebêrth y soy huerfano de nacimiento. Todos mis parientes o aquellos con los que pude haber compartido algún vínculo murieron en los tiempos de la Gran Guerra y llevo casi mil años viviendo en soledad, aquí en este pico, en este acantilado donde me siento en comunión bajo el techo de Manwë la tierra de Yavanna y la calma que me otorga conteplar el reino de Ulmo. Exiliado por mi propia elección, aquí moro en la búsqueda de la armonía de mi mente y cuerpo con aquello que me rodea.
Es extraño como la mente puede abrirnos camino a senderos inexplorados, desconocídos hasta para nosotros mismos hasta que ahondamos en ellos.Como en su explendor máximo de poder, puede llevarnos más allá de nuestros propios límites. En ocasiones, cuando alcanzo la unión completa entre cuerpo y mente, me parece vislumbrar el rostro de mis padres, mirándome calmados, aliviados, para sonreirme poco antes de desvanecerse de nuevo entre mis pensamientos. Es tan sólo una percepción, un sentimiento, que me inunda y llena de alegría, tristeza, calma y eufória a la vez, como si sintiera todas las emociones y estados de ánimo en un solo instante mientras una lágrima solitária es derramada.
Heme aquí, en mi reducto espiritual donde escribo estás líneas como testigos de los acontecimientos ocurridos hace tres días. Fué más una sensación, una intuición de que había algo en los arrefices, restos de un naufragio pertenecientes a un barco de mi raza donde he encontrado a este elfo. Aunque he atendido sus heridas y no parece que ellas amenacen su salud, delira y balbucea unos nombres sin cesar, Fairie, Ára Gilliell..¿quienes serán, despertará algún día? no me atrevo a moverlo o dejarlo solo e ir en busca de ayuda por si despierta u ocurriera lo peor ¿que hariais vosotros, padre, madre...?
Ha pasado día y medio desde la última vez que escribí. Anoche mi desconocido invitado parecía sufrir una pesadilla y volvió a mencionar esos nombres, Fairie, Ára Gilliell. Sufre aún en sueños, su rostro refleja una terrible pena que atormenta su alma, espero que despierte pronto, me temo lo peor.
¡Ha despertado! con la primera luz del alba, hoy, tras cinco días, abrió los ojos y aunque me he presentado e intentado tranquilizar explicándole, que lo rescaté días atrás de los restos de un naufragio junto el acantilado, las única palabras que han articulado sus labios han sido esos nombres, Fairiel, Ára Gilliel, se ha levantado y salido casi a rastras fuera de mi cabaña hacia el acantilado, donde se ha quedado mirando apenado desde las alturas los restos del naufragio durante horas, soyozando. Al final, ha entrado en razón y le he ayudado a entrar de nuevo a la cabaña, donde apenas consiguió comer un poco de estofado que le he servido mientras me revelaba entre soyozos, que era Caledor, Principe y descendiente de la Casa de Feanor y que los restos del naufragio, eran del barco donde viajaba junto a su esposa e hija recien nacida. No he querido preguntarle más, ahora descansa, por la mañana lo llevaré a los Puertos Grises.
Continuara...
Guardian Oscuro
lunes, 9 de marzo de 2015